sábado, 14 de mayo de 2011

Libre Albedrio

1. Libertad limitada, pero real

Y lo primero que pienso necesario asentar, a este respecto, es que cualquiera de nosotros, de nuestros amigos, alumnos o alumnas, de nuestros clientes o pacientes, de nuestros hijos o hijas es, en efecto, libre. Debe tener conciencia de ello, y asumir las posibilidades y los límites de esa propiedad. Hacerse responsable de su propia vida… porque está capacitado para hacerlo[1].

Pues, en rigor, posee libertad. Finita, limitada, múltiplemente restringida y variamente amenazada, si se quiere. Pero libertad, al fin y al cabo. Existen al menos algunas acciones que están en manos del hombre y de la mujer. Y, como intentaré mostrar, el número y la calidad de esas acciones pueden constantemente incrementarse, mediante el desarrollo de hábitos operativos buenos, de lo que tradicionalmente se ha conocido como virtudes.

Agustín de Hipona lo afirmó rotundamente al escribir que «ninguna cosa está tan en nuestro poder como la voluntad misma». Pero no hace falta acudir a su patrocinio. Estamos ante un hecho de experiencia, incluso de una experiencia elemental y básica: aunque acotada, tenemos libertad, dominio relativo sobre buena parte de nuestros propios actos —podemos, en definitiva y última instancia, realizarlos o no realizarlos— y, a través de ellos, sobre nuestro ser.

Solo cuando perdemos de vista sus límites, cuando pretendemos una libertad infinita, no creada, afloran multitud de aporías, que tienden a hacernos creer que el hombre no goza de esa libertad. Con otras palabras: únicamente la pretensión de una libertad absoluta, sobrehumana, nos conduce a sentir que no somos libres[2 ].

www.catholic.net

No hay comentarios.: