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lunes, 21 de septiembre de 2015

Las 7 Maneras en que Dios Quiere Bendecirte

“Que Dios te bendiga”

No importa lo que pienses en la actualidad acerca de Dios, ni que tan amigo eres de Él. Él realmente tiene un fuerte deseo de bendecirte. 

Es por eso que cuando alguien te dice ´que Dios te bendiga´ te está deseando lo mejor para ti.

bendicion

La bendición invoca el apoyo activo de Dios para el bienestar de la persona, implica salud, provisión y felicidad, poder y capacidad de perseverancia, en la persona que la recibe.

Pero el gran caudal de bendiciones, los milagros increíbles a cada paso, llegan cuando te conviertes en lo que Dios quiso desde el inicio que fueras.

El Génesis narra que Dios, al completar cada día de la creación, la bendijo (Cf. Gen 1-2). Cuando Noé salió del Arca, recibió la bendición de Dios (Cf. Gen 9,1). En el tiempo de los patriarcas, la cabeza de cada tribu y familia bendecía. Dios ordenaba a los sacerdotes a bendecir al pueblo (Num 6, 23-26). Jesucristo y los Apóstoles bendecían, por lo que la práctica pasó a la Iglesia como el mayor de los sacramentales.
En cada bendición de Dios narrada en la Biblia,  siempre hay una unción especial, un impacto de poder sobrenatural.
Así las bendiciones de Dios: Hicieron posibles las cosas imposibles. Dieron poder, directrices y habilidad “sobrenatural” para vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Dieron autoridad espiritual a la humanidad, etc.
jesus bendicion

AQUÍ ESTÁN 7 MANERAS EN QUE DIOS BENDICE A SUS HIJOS TODOS LOS DÍAS


1) Dios quiere que ayudarte a ver las cosas desde la perspectiva del cielo

Como seres humanos, tendemos a ver las cosas desde la perspectiva de la tierra en lugar de la perspectiva del cielo. Después de todo, este es el lugar donde vivimos ahora. Es todo lo que sabemos. Pero Dios no está limitado por nada, porque nada es imposible para Él.
Así que cuando sientes que la presión en tu vida te está aplastando y falla la esperanza, mira hacia arriba. Recuerda que Él dejó el cielo para rescatarnos. Y pídele al Señor respirar el aire fresco de la visión espiritual y una visión saludable para tu ser. Esto puede hacer toda la diferencia en el mundo.

2) Dios quiere darte gozo en servir a los demás

Nadie quiere servir a los demás si su corazón está lleno de deseos egoístas. Y por naturaleza, tendemos a esa dirección en nuestro corazón.
Pero Dios cambia ese enfoque cuando viene a nuestra vida. Él no sólo hace que sea una delicia para nosotros adorarlo y servirlo a Él, sino que también se convierte en una alegría servir a los demás.
Es el opuesto a la forma en que muchas personas viven, pero es mucho más satisfactorio.

3) Dios quiere darte la paz en cualquier situación

Aunque Dios no promete a sus hijos una vida fácil en la tierra, Él promete ser nuestra fuente de paz en cualquier situación.
En otras palabras, Jesús nunca dijo que los cristianos deben llevar la cruz de la ansiedad, el miedo o la preocupación.
Esas cosas no son parte del plan de Dios para tu familia, incluso cuando Él permite que sus hijos pasen por el sufrimiento y la persecución.
hombre caminando sobre la biblia

4) Dios quiere darte ánimo en estos momentos

Dios nunca desalienta a sus hijos, nunca. Y Dios nunca quiere que sus hijos sean agobiados bajo el peso del desánimo.
Dios quiere levantarte el ánimo en estos momentos. Él puede llenarte de esperanza y Él puede alejar los sentimientos terribles de fatalidad y desaliento.
El hecho de saber lo mucho que Dios quiere eso para tí, puede ser un gran paso en la dirección de un verdadero estímulo.

5) Dios quiere llenarte del reconocimiento de su amor por tí

Si tu no sabes en lo profundo de tu corazón lo mucho que Dios te ama, la vida puede ser bastante deprimente. Pero cuando abrazas la verdad de que Dios envió a su único Hijo para salvarte de tus pecados, las cosas adquieren una nueva perspectiva.
Entender que Dios está contigo y no contra tí es un gran logro. Y a medida que tu corazón se llene de la apreciación de la bondad de Dios para tí, el resultado es un flujo constante de paz y alegría dentro de tu alma.

6) Dios quiere enseñarte cómo llevar todo pensamiento y obediencia a Cristo

Hasta que no aprendamos cómo manejar nuestros pensamientos, seremos arrastrados por cada pequeña cosa que nos distrae o nos tienta. Sólo cuando aprendemos a controlar nuestros pensamientos es que comenzamos a experimentar la paz que Dios nos quiere dara cada momento.
Y aunque todavía habrá contratiempos en el área del “manejo de los pensamientos”, la vida es mucho más agradable cuando nuestros pensamientos están en línea con la bondad de Dios y la voluntad de Dios para nuestras vidas.
cascada entre verdes

7) Dios quiere llevarte a su casa del cielo un día

Dios te quiere en el cielo tanto, que envió a su único Hijo a morir en la cruz para que pudieras ser salvado.
Tu vida en la tierra tiene muchos retos, pero el cielo será perfecto. Permite que esta gloriosa verdad llene tu alma: Dios quiere pasar la eternidad contigo. Los que confían en Jesús para la salvación son los que conocen la bendición final de Dios.
Así que ¿te gustaría tener a Dios bendiciendo tu vida hoy y para siempre?
Si es así, puedes ir al Padre a través del Hijo ahora mismo y comenzar a recibir estas 7 bendiciones de inmediato. Ve por ellas. Se alegrará cuando lo hagas.

PERO EL GRAN CAUDAL DE BENDICIONES LLEGA CUNDO TE CONVIERTES EN LO QUE DIOS QUISO PARA TI

Cuando vas a tu misión. Cuando vas a lo que realmente eres, cuando llegas a ser realmente lo mejor que puedes ser, muchos milagros después ocurren.
Disciplina. Entrega. Cuando estás desprovisto de ego, cuando estás puro, como María era pura, cuando te encuentras con la humildad; entonces, la vida misma se convierte en un milagro: todas las buenas cosas.
Pero primero tenemos que disolver la pretensión, la excusa, el fingimiento.

¿Cómo podemos ser “lo que Dios nos creó para ser” si estamos viviendo (u ocultándonos) detrás de una fachada?

Echa un vistazo en el espejo espiritual y asegúrate de que estás delante (no detrás de él).
Cuando vuelvas a lo real tuyo, auténticamente te sentirás más cómodo, como con un zapato viejo.
Cuando te quitas la máscara, cuando estás actuando en la forma en que debes actuar, sin nada que ocultar y trabajar en lo que te fue asignado hacer; las bendiciones están allí para pedirlas.
¡En abundancia!
Muchas veces ni siquiera tenemos que pedir por ellas.
mujer camina con globos y maleta
Mira todo el Antiguo Testamento: cuando estaban en un mandado para Dios, se duplicaban sus gracias (véase David; véase Moisés; mira cómo la Santísima Madre estaba “llena de gracia”). Ellos estaban tomando medidas en la dirección correcta.
Recibir la gracia es recibir lo que necesitamos para la gozosa realización de nuestro propósito. Dios honra la fe con bendiciones. Lo que es bueno se vuelve mejor.

Las falsas bendiciones colapsan. Cuando deseamos a otros la mejor – incluyendo a aquellos que nos causan problemas – queremos para nosotros mismos lo mejor también.

Muchos escriben o hablan de la religión sin practicar el espíritu de la misma. Tu puedes reconocer esto por el sentido de lo secular, por la mundanidad, por la aridez concomitante. Por el más orgulloso.
Cuando estás haciendo lo que Dios quiere y actúas como Dios quiere que actúes – y amas – puedes sentir su caricia. Es como una “llama de algodón”. Estamos protegidos en él.
Por lo general, cuando hay un obstáculo, es creado o está conectado de alguna manera a la intrusión del “yo”, que busca su propia gracia y atrae al enemigo.
Tu misión es siempre desinteresada, natural, la Voluntad de Dios; busca su voluntad (no la del mundo), se tan bueno como puedes, ejerce la sinceridad a cada paso, y se te guiará a tu verdadero propósito en la vida, sin siquiera darte cuenta.
Si hay un “bloqueo”, puede ser el enemigo, sí, pero también puede ser porque has decidido mal sobre cuál debe ser tu misión. Sólo los humildes pueden entregarse totalmente. Cuando estamos llenos de nosotros mismos somos nuestros peores enemigos.

Si Dios te “pone a dormir”, si hay aridez, es como un cirujano que anestesia a un paciente con el fin de trabajar libremente.

No te desanime cuando Dios queda en silencio.
Somos bendecidos cuando estamos sirviendo a los demás. Somos bendecidos cuando deseamos en los otros lo mejor, y de nuevo, entre los que nos causan problemas.
Somos bendecidos cuando resolvemos hacer lo contrario de lo que hemos hecho mal.
Caminar en la entrega y la fe como lo hizo María, completan tu tarea.
Se moldeable – flexible – en la Presencia de Dios, ya sea que lo sientas a él o no.


Tomado de foros de la Virgen
http://forosdelavirgen.org/78535/7-maneras-en-que-dios-quiere-bendecirle-2014-05-20/

viernes, 4 de julio de 2014

La Gracia Santificante es un don personal

Autor: P. Jorge Loring | Fuente: Para Salvarte La gracia santificante es una cualidad que hace subir de categoría al hombre dándole como una segunda naturaleza superior. 42.- La gracia santificante es un don personal sobrenatural y gratuito7 , que nos hace verdaderos hijos de Dios8 y herederos del cielo9. La recibimos en el Bautismo. 1. La gracia santificante es un don sobrenatural, interior y permanente, que Dios nos otorga, por mediación de Jesucristo, para nuestra salvación. Don sobrenatural: Supera la naturaleza humana. Don permanente: Mora en el alma mientras se está en gracia, sin pecado mortal Sólo Dios da la gracia santificante. Todas las gracias son concedidas por los méritos de Jesucristo. Dios nos da la gracia santificante para salvarnos10. La gracia santificante es una cualidad que hace subir de categoría al hombre dándole como una segunda naturaleza superior11. Es como una «semilla de Dios». La comparación es de San Juan12. Desarrollándose en el alma produce una vida en cierto modo divina13, como si nos pusieran en las venas una inyección de sangre divina. La gracia santificante es la vida sobrenatural del alma14. Se llama también gracia de Dios. La gracia santificante nos transforma de modo parecido al hierro candente que sin dejar de ser hierro tiene las características del fuego15. «Lo que Dios es por naturaleza, nos hacemos nosotros por la gracia»16. La gracia de Dios es lo que más vale en este mundo. Nos hace participantes de la naturaleza divina17. Esto es una maravilla incomprensible, pero verdadera. Es como un diamante oculto por el barro que lo cubre. El siglo pasado Van Wick construyó con guijarros una casita en su granja de Dutoitspan (Sudáfrica). Un día, después de una fuerte tormenta, descubrió que aquellos guijarros eran diamantes: el agua caída los había limpiado del barro. Así se descubrió lo que hoy es una gran mina de diamantes18. La gracia es un diamante que no se ve a simple vista. La gracia nos hace participantes de la naturaleza divina19, pero no nos hace hombres-dioses como Cristo que era Dios, porque su naturaleza humana participaba de la personalidad divina, lo cual no ocurre en nosotros20. Dios al hacernos hijos suyos y participantes de su divinidad nos pone por encima de todas las demás criaturas que también son obra de Dios, pero no participan de su divinidad. La misma diferencia que hay entre la escultura que hace un escultor y su propio hijo, a quien comunica su naturaleza21 . Cuando vivimos en gracia santificante somos templos vivos del Espíritu Santo22 La gracia santificante es absolutamente necesaria a todos los hombres para conseguir la vida eterna. La gracia se pierde por el pecado grave. En pecado mortal no se puede merecer. Es como una losa caída en el campo. Debajo de ella no crece la hierba. Para que crezca, primero hay que retirar la losa. Estando en pecado mortal no se puede merecer nada. Quien ha perdido la gracia santificante no puede vivir tranquilo, pues está en un peligro inminente de condenarse. La gracia santificante se recobra con la confesión bien hecha, o con un acto de contrición perfecta, con propósito de confesarse. (Ver números 80-84). El perder la gracia santificante es la mayor de las desgracias, aunque no se vea a simple vista. Sin la gracia de Dios toda nuestra vida es inútil para el cielo23. Por fuera sigue igual, pero por dentro no funciona: como una bombilla sin corriente eléctrica. Dice San Agustín que «como el ojo no puede ver sin el auxilio de la luz, el hombre no puede obrar sobrenaturalmente sin el auxilio de la gracia divina». En el orden sobrenatural hay esencialmente más diferencia entre un hombre en pecado mortal y un hombre en gracia de Dios, que entre éste y uno que está en el cielo24. La única diferencia en el cielo está en que la vida de la gracia -allí en toda su plenitud- produce una felicidad sobrehumana que en esta vida no podemos alcanzar. Esta vida es el camino para la eternidad. Y la eternidad, para nosotros, será el cielo o el infierno. Sigue el camino del cielo el que vive en gracia de Dios. Sigue el camino del infierno el que vive en pecado mortal.Si queremos ir al cielo, debemos seguir el camino del cielo. Querer ir al cielo y seguir el camino del infierno, es una necedad. Sin embargo, en esta necedad incurren, desgraciadamente, muchas personas. Algún día caerán en la cuenta de su necedad, pero quizá sea ya demasiado tarde. 2. Además de la gracia santificante Dios concede otras gracias que llamamos gracias actuales25, que son auxilios sobrenaturales transitorios, es decir, dados en cada caso, que nos son necesarios para evitar el mal y hacer el bien, en orden a la salvación26. Pues por nosotros mismos nada podemos. No podemos tener una fe suficiente, ni un arrepentimiento que produzca nuestra conversión. Las gracias actuales iluminan nuestro entendimiento y mueven nuestra voluntad para obrar el bien y evitar el mal. Sin esta gracia no podemos comenzar, ni continuar, ni concluir nada en orden a la vida eterna27 Según Pelagio, monje inglés del siglo V, el hombre con sus fuerzas morales puede, hacer el bien y evitar el mal, convertirse y salvarse. Pero la doctrina católica sostiene que el hombre no puede cumplir todas sus obligaciones ni hacer obras buenas para alcanzar la gloria eterna sin la ayuda de la gracia de Dios. Merecer el cielo es una cosa superior a las fuerzas de la naturaleza humana. Pero como Dios quiere la salvación de todos los hombres, a todos les da la gracia suficiente que necesitan para alcanzar la vida eterna. Con la gracia suficiente el hombre podría obrar el bien, si quisiera. La gracia suficiente se convierte en eficaz cuando el hombre colabora28. Los adultos tienen que cooperar a esta gracia de Dios. Dijo San Agustín: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti»29. «Dios ha querido darnos el cielo como recompensa a nuestras buenas obras. Sin ellas es imposible, para el adulto, conseguir la salvación eterna. »Nuestra salvación eterna es un asunto absolutamente personal e intransferible. Al que hace lo que puede, Dios no le niega su gracia. »Y sin la libre cooperación a la gracia es imposible la salvación del hombre adulto»30. Con sus inspiraciones, Dios predispone al hombre para que haga buenas obras, y según el hombre va cooperando, va Dios aumentando las gracias que le ayudan a practicar estas buenas obras con las cuales ha de alcanzar la gloria eterna. «Tan grande es la bondad de Dios con nosotros que ha querido que sean méritos nuestros lo que es don suyo»31 . Esta gracia, que nos eleva por encima de la naturaleza caída, la mereció el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo en la cruz. La obtenemos mediante la oración y los Sacramentos (ver números 95-97).

viernes, 7 de marzo de 2014

Los Hijos de Dios y las hijas de los hombres.

Algunos comentarios a la profundidad del capitulo 6 del genesis. Es la historia de como fue destruida la primera humanidad, para ello transcribire el capitulo en cuestion
Texto tomado de la version en Español de la Biblia en el sitio Vatican.va


Capítulo 6

Los hijos de Dios y las hijas de los hombres
1 Cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la tierra y les nacieron hijas,

2 los hijos de Dios vieron que estas eran hermosas, y tomaron como mujeres a todas las que quisieron.

3 Entonces el Señor dijo: «Mi espíritu no va a permanecer activo para siempre en el hombre, porque este no es más que carne; por eso no vivirá más de ciento veinte años».

4 En aquellos días –y aún después– cuando los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y ellas tuvieron hijos, había en la tierra gigantes: estos fueron los héroes famosos de la antigüedad.


La corrupción de la humanidad
5 Cuando el Señor vio qué grande era la maldad del hombre en la tierra y cómo todos los designios que forjaba su mente tendían constantemente al mal,

6 se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, y sintió pesar en su corazón.

7 Por eso el Señor dijo: «Voy a eliminar de la superficie del suelo a los hombres que he creado –y junto con ellos a las bestias, los reptiles y los pájaros del cielo– porque me arrepiento de haberlos hecho».

8 Pero Noé fue agradable a los ojos del Señor.

El anuncio del Diluvio y la orden de construir el arca
9 Esta es la historia de Noé. Noé era un hombre justo, irreprochable entre sus contemporáneos, y siguió siempre los caminos de Dios.

10 Tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafet.

11 Pero la tierra estaba pervertida a los ojos de Dios y se había llenado de violencia.

12 Al ver que la tierra se había pervertido, porque todos los hombres tenían una conducta depravada.

13 Dios dijo a Noé: «He decidido acabar con todos los mortales, porque la tierra se ha llenado de violencia a causa de ellos. Por eso los voy a destruir junto con la tierra.

Primero empezaremos, por separar los echos, que una lectura calmada y serena de este pasaje nos relata, luego entraremos a la discusion de los significados de las frases.

1.- Los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la tierra y les naceron hijas
2.- Los hijos de Dios tomaron para si hijas de hombres
3.- Hijos de Dios e Hijas de hombres eran distintos
4.- Y esta union para Dios era un delito. y dice que no estara para siempre activo su espiritu en el hombre, pues no es mas que carne.
5.- La vida se seria solo hasta  120 años
6.- Pllantea que en esa epoca habia, gigantes, y aun despues cuando fue esta union ilegitima
7.- Pero de esta union no querida por Dios sus hijos fueron los heroes famosos de la antiguedad (la traduccion en español incorpora antes de este texto que eran los gigantes, no asi la directa del latin, que literalmente diria,
4 Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios se llegaron a las hijas de los hombres y les engendraron hijos con ellos : son los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre . 
Y la traduccion del Griego segun la Bilia platense de Monseñor Straubinger diria
4 En aquellos dias habia gigantes en la tierra, y tambien despues, cuando los hijos de Dios se llegaron a las hijas de los hombres y elIas les dieron hijos. Estos son los heroes, los varones famosos de la antigiiedad.

8.- Esta mezcla provoco que el hombre solo hiciera mal de continuo, por lo que la tierra se inundo de violencia
9.- Dios sintio pesar en su corazon, en terminos mas humanos, se arrepintio.
10 Dios decide exterminar al genero humano de la superficie de la tierra

Conclusiones de estos echos
 Cuando se multiplicaron los hombres, les nacieron hijasy estas se mezclaron, con los hijos de Dios, puede interpretarse de distintas maneras, la mas comun es que se pregunten quienes son los hijos de Dios, algunos se responden ante este cuestionamiento, varias variantes, pero en todas se presume que los hijos de Dios son muy superiores al actual hombre veamos.

Angeles: Unos piensan que los hijos de Dios eran angeles que se mezclan con mujeres, esto es imposible ya que un ser espiritual, no puede hacer funciones vitales de un ser trino.
Extraterrestres: Esta es la teoria mas de moda, sin embargo por que si hubo mezcla de 2 especies distintas se deberian conservar en forma humanoide.

Descendientes de Set
Otro mas son los descendientes de Set que se habrian unido a la descendencia de Cain, pero esto no causaria un enojo tal de Dios que destruya a la humanidad, ni seria un delito.


En mi punto de vista se puede leer tambien de manera literal, los hijos de Dios, son eso, hijos creados por Dios, y las hijas de los hombres tal cual, hijas creadas por hombres.
Es decir habia 2 especies de hombres, unos hombres creados por Dios, y otros creados por los mismos hombres, no eran iguales, eran distintos, los Hijos de Dios eran Casi perfectos por asi decir, los hijos de los hombres, solo eran carne, y pensaban mal de continuo. La mezcla de estos dos tipos de hombres, genero unos seres con caracteristicas de los dos, y que la historia y la mitologia recoge, como los varones famosos de antiguo.
 


miércoles, 1 de mayo de 2013

La libertad de los hijos de Dios

Que es vivir la libertad de los hijos de Dios
Quizas podamos escribir algunas frases de lo que es la libertad y como al ser esta la capacidad de la inteligencia y la voluntad de optar por el mejor bien, nos lleva a ala conclusion de que el mejor  bien, siempre es lo que la voluntad de Dios quiere, y que por lo tanto una desicion inteligente es plegar nuestra voluntad a la voluntad del Padre.
La otra parte seria el sabernos hijos de Dios mediante el bautizo, y vivir esa realeza manteniendonos en la gracia de Dios, con el sacramento de la santa Comunion,.

Pero los frutos de este estilo de vida, nos llevan a la real y agidulce vivencia de los hijos de Dios.

El termino agridulce es realmente solo para ponerlo en terminos comparativos humanos, nuestro señor lo expresa en terminos de mi carga es ligera y mi yugo es suave.

Un hijo de Dios que vive su libertad, despojado de:
Resentimientos por que todo lo perdona,
Prejuicios por que no juzga,
Rencores, por que no se guarda nada y todo lo ve con ojos de providencia,
Miedo por que sabe que el Señor es su luz y su salvacion.
De incertdumbre por que sabe que todo lo que Dios le da o permite que le pase es para su santificacion

y vive lleno de:
Gracia por que entiende que la fuerza se la da Cristo en el pan de vida
Amor y deseo de servir a los demas
Misericordia para comprender a los demas
Un gran deseo de tener la sabiduria de Dios y prepararse mas
Un fuego para ayudar a extender su reino
Un amor por la eucaristia y por su santa madre la virgen Maria.

Entiende su mision, y no solo valora si no desea la cruz, unico camino al cielo
por que para seguir a Cristo hay que seguirlo con su cruz, medio de santificacion y felicidad

vivir en ese estilo es vivir la libertad de los hijos de Dios



sábado, 8 de diciembre de 2012

La voluntad de Dios


LA CONFORMIDAD CON LA VOLUNTAD DE DIOS 
La perfecta conformidad con la voluntad divina es uno de los principales medios de santificación. Escribe Santa Teresa: “Toda la pretensión de quien comienza oración (y no se olvide esto, que importa mucho) ha de ser trabajar y determinarse y disponerse, con cuantas diligencias pueda, a hacer su voluntad conforme con la de Dios..., y en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual. Quien más perfectamente tuviera esto, más recibirá del Señor y más adelante está en este camino. No penséis que hay aquí más algarabías ni cosas no sabidas y entendidas; que en esto consiste todo nuestro bien”.
Dada la singular importancia de este medio, vamos a estudiar cuidadosamente su naturaleza, su fundamento, su excelencia ynecesidad, el modo de practicarla y, finalmente, sus grandes frutos y ventajas.
1. Naturaleza. – Consiste la conformidad con la voluntad de Dios en una amorosa, entera y entrañable sumisión y concordia de nuestra voluntad con la de Dios en todo cuanto disponga o permita de nosotros. Cuando es perfecta, se la conoce más bien con el nombre de santo abandono en la voluntad de Dios. En sus manifestaciones imperfectas se la suele aplicar el nombre de simpleresignación cristiana.
Para entender rectamente esta doctrina hay que tener en cuenta algunos prenotandos. Helos aquí:
PRENOTANDOS. – 1.º  La santidad es el resultado conjunto de la acción de Dios y de la libre cooperación del hombre. “Ahora bien: si Dios trabaja con nosotros en nuestra santificación, justo es que Él lleve la dirección de la obra; nada se deberá hacer que no sea conforme a sus planes, bajo sus órdenes y a impulsos de su gracia. Es el primer principio y último fin; nosotros hemos nacido para obedecer a sus determinaciones” (Lehodey, El santo abandono, p. 1, c. 1).
2.º  La voluntad de Dios, simplísima en sí misma, tiene diversos actos con relación a las criaturas. Los teólogos suelen establecer la siguiente división:
a) Voluntad absoluta, cuando Dios quiere alguna cosa sin ninguna condición, como la creación del mundo; y condicionada, cuando lo quiere con alguna condición, como la salvación de un pecador si hace penitencia o se arrepiente.
b) Voluntad antecedente es la que Dios tiene en torno a una cosa en sí misma o absolutamente considerada (v. gr., la salvación de todos los hombres en general), y voluntad consiguiente es la que tiene en torno a una cosa revestida ya de todas sus circunstancias particulares y concretas (v. gr., la condenación de un pecador que muere impenitente).
c) Voluntad de signo y voluntad de beneplácito. Ésta es la que más nos interesa aquí. He aquí cómo las expone el P. Garrigou-Lagrange:
“Se entiende por voluntad divina significada (o voluntad de signo) ciertos signos de la voluntad de Dios, como los preceptos, las prohibiciones, el espíritu de los consejos evangélicos, los sucesos queridos o permitidos por Dios. La voluntad divina significada de ese modo, mayormente la que se manifiesta en los preceptos, pertenece al dominio de la obediencia. A ella nos referimos, según Santo Tomás (1, 19, 11), al decir en el Padrenuestro: Fiat voluntas tua.
La voluntad divina de beneplácito es el acto interno de la voluntad de Dios aún no manifestado ni dado a conocer. De ella depende el porvenir todavía incierto para nosotros: sucesos futuros, alegrías y pruebas de breve o larga duración, hora y circunstancias de nuestra muerte, etc. Como observa San Francisco de Sales (Amor de Dios l.8 c.3; l.9 c.6), y con él Bossuet (États d’oraison 1, 8, 9), si la voluntad significada constituye el dominio de la obediencia, la voluntad de beneplácito pertenece al delabandono en las manos de Dios. Como largamente diremos más tarde, ajustando cada día más nuestra voluntad a la de Dios significada, debemos en lo restante abandonarnos confiadamente en el divino beneplácito, ciertos de que nada quiere ni permite que no sea para el bien espiritual y eterno de los que aman al Señor y perseveran en su amor”.
Estas últimas palabras del P. Garrigou expresan la naturaleza íntima de la perfecta conformidad con la voluntad de Dios. Se trata efectivamente del cumplimiento íntegro, amoroso y entrañable de la voluntad significada de Dios a través de sus operaciones, permisiones, preceptos, prohibiciones consejos –que son, según Santo Tomás, los cinco signos de esa voluntad divina– y de la rendida aceptación y perfecta concordia con todo lo que se digne disponer por su voluntad de beneplácito.
2. Fundamento. – Como dice muy bien Lehodey, la conformidad perfecta, o santo abandono, tiene por fundamento la caridad. “No se trata aquí ya de la conformidad con la voluntad divina, como lo es la simple resignación, sino de la entrega amorosa, confiada yfilial, de la pérdida completa de nuestra voluntad en la de Dios, pues propio es del amor unir así estrechamente las voluntades. Este grado de conformidad es también un ejercicio muy elevado del puro amor, y no puede hallarse de ordinario sino en las almas avanzadas, que viven principalmente de ese puro amor”.
Ahora bien: ¿cuáles son los principios teológicos en que puede apoyarse esta omnímoda sumisión y conformidad con la voluntad de Dios?
El P. Garrigou-Lagrange señala los siguientes:
1.º  Nada sucede que desde toda la eternidad no lo haya Dios previsto y querido o por lo menos permitido.
2.º  Dios no puede querer ni permitir cosa alguna que no esté conforme con el fin que se propuso al crear, es decir, con la manifestación de su bondad y de sus infinitas perfecciones y con la gloria del Verbo encarnado, Jesucristo, su Hijo unigénito (1 Cor. 3, 23).
3.º  Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios, de aquellos que, según sus designios, han sido llamados” (Rom. 8, 28) y perseveran en su amor.
4.º  Sin embargo, el abandono en la voluntad de Dios a nadie exime de esforzarse en cumplir la voluntad de Dios significada en los mandamientos, consejos y sucesos, abandonándonos en todo lo demás a la voluntad divina de beneplácito por misteriosa que nos parezca, evitando toda inquietud y agitación.
3. Excelencia y necesidad. – Por lo que llevamos dicho, aparece clara la gran excelencia y necesidad de la práctica cada vez más perfecta del santo abandono en la voluntad de Dios.
“Lo que constituye la excelencia del santo abandono es la incomparable eficacia que posee para remover todos los obstáculos que impiden la acción de la gracia, para hacer practicar con perfección las más excelsas virtudes y para establecer el reinado absoluto de Dios sobre nuestra voluntad”.
El P. Piny escribió –como es sabido– una hermosa obrita para poner de manifiesto la excelencia de la vida de abandono en la voluntad de Dios. En ella prueba el insigne dominico que ésta es la vía que más glorifica a Dios, la que santifica más al alma, la menos sujeta a ilusiones, la que proporciona al alma mayor paz, la que mejor hace practicar las virtudes teologales y morales, la más a propósito para adquirir el espíritu de oración, la más parecida al martirio e inmolación de sí mismo y la que más asegura en la hora de la muerte.
La necesidad de entrar por esta vía puede demostrarse por un triple capítulo.
1.º  El derecho divino. – a) Somos siervos de Dios, en cuanto criaturas suyas. Dios nos creó, nos conserva continuamente en el ser, nos redimió, nos ha ordenado a Él como a nuestro último fin. No nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a Dios (1 Cor. 6, 19).
b) Somos hijos y amigos de Dios: el hijo debe estar sometido a su padre por amor, y la amistad produce la concordia de voluntades: idem velle et rolle.
2.º  Nuestra utilidad, por la gran eficacia santificadora de esta vía. Ahora bien: la santidad es el mayor bien que podemos alcanzar en este mundo y el único que tendrá una inmensa repercusión eterna. Todos los demás bienes palidecen y se esfuman ante él.
3.º  El ejemplo de Cristo. – Toda la vida de Cristo sobre la tierra consistió en cumplir la voluntad de su Padre celestial. “Al entrar en el mundo dije: He aquí que vengo para hacer, Dios mío, tu voluntad” (cf. Hebr. 10, 5-7). Durante su vida manifiesta continuamente que está pendiente de la voluntad de su Padre celestial: “Me conviene estar en las cosas de mi Padre” (Lc. 2, 49); “Yo hago siempre lo que a Él le agrada” (Jn 8, 29); “Ésta es mi comida y mi bebida” (Jn. 4, 34); “Éste es el mandato que he recibido de mi Padre” (Jn. 10, 18); “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22, 42).
A imitación de Cristo, ésta fue toda la vida de María: “he aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38), y la de todos los santos: “mira y obra conforme al ejemplar” (Ex. 25, 40).
4. Modo de practicarla. – En sus líneas fundamentales, ya lo hemos indicado más arriba. Hay que conformarse, ante todo,con la voluntad de Dios significada, aceptando con rendida sumisión y esforzándose en practicar con entrañas de amor todo lo que Dios ha manifestado que quiere de nosotros a través de los preceptos de Dios y de la Iglesia, de los consejos evangélicos, de los votos y de las reglas, si somos religiosos; de las inspiraciones de la gracia en cada momento. Y hemos de abandonarnos enteramente, con filial confianza, a los ocultos designios de su voluntad de beneplácito, que, de momento, nos son completamente desconocidos; nuestro porvenir, nuestra salud, nuestra paz o inquietudes, nuestros consuelos o arideces, nuestra vida corta o larga. Todo está en manos de la Providencia amorosa de nuestro buen Dios, que es, a la vez, nuestro Padre amantísimo: que haga lo que quiera de nosotros en el tiempo y en la eternidad.
Esto es lo fundamental en sus líneas generales. Pero para mayor abundamiento, vamos a concretar un poco más la manera de practicar esta santa conformidad y abandono en las principales circunstancias que se pueden presentar en nuestra vida.
A) Con relación a la voluntad significada. – De cinco maneras, dice Santo Tomás (1, 19, 12), se nos manifiesta o significa la voluntad de Dios:
1.ª  Haciendo algo directamente y por sí mismo: Operación.
2.ª  Indirectamente, o sea, no impidiendo que otros lo hagan: Permisión.
3.ª  Imponiendo su voluntad por un precepto propio o de otros: Precepto.
4.ª  Prohibiendo en igual forma lo contrario: Prohibición.
5.ª  Persuadiendo la realización u omisión de algo: Consejo.
El Doctor Angélico advierte (ibid.) que la operación y el permiso se refieren al presente; la operación al bien, y el permiso al mal. Los otros tres modos se refieren al futuro en la siguiente forma: el precepto, al bien futuro necesario; la prohibición, al mal futuro, que es obligatorio evitar, y el consejo, a la sobreabundancia del bien futuro. No cabe establecer una división más perfecta y acabada.
Examinemos ahora brevemente los principales modos de conformarnos con cada una de esas manifestaciones de la voluntad de Dios significada:
1.º  Operación”. – Dios siempre quiere positivamente lo que hace por sí mismo, porque siempre se refiere al bien y siempre está ordenado a su mayor gloria. A este capítulo pertenecen todos los acontecimientos individuales, familiares y sociales, que han sido dispuestos por Dios mismo y no dependen de la voluntad de los hombres. Unas veces esos acontecimientos son dulces, y nos llenan de alegría; otras son amargos, y pueden sumirnos en la mayor tristeza, si no vemos en ellos la mano amorosísima de Dios que ha dispuesto aquello para su gloria y nuestro mayor bien. Una enfermedad providencial puede arrojar en brazos de Dios a un alma extraviada. Todo lo que el Señor dispone es bueno y óptimo para nosotros, aunque de momento pueda causarnos gran tristeza o dolor. Ante estos acontecimientos prósperos o adversos, individuales o familiares, que nos vienen directamente de la mano de Dios, sin intervención alguna de los hombres (v. gr., accidentes imprevistos, enfermedades incurables, muerte de familiares o amigos, etc.), sólo cabe una actitud cristiana: fiat voluntas tua (hágase tu voluntad). Si el amor de Dios nos hace rebasar la simple resignación –que es virtud muy imperfecta– y lanzamos, aunque sea a través de nuestras lágrimas, una mirada al cielo llena de reconocimiento y gratitud (Te Deum... Magnificat...) por habernos visitado con el dolor, habremos llegado a la perfección en la vía del abandono y de perfecta conformidad con la voluntad de Dios.
2.º  Permisión. – Dios nunca quiere positivamente lo que permite, porque se refiere a un mal, y Dios no puede querer el mal. Pero su infinita bondad y sabiduría sabe convertir en mayor bien el mismo mal que permite, y por esto precisamente lo permite. El mayor mal y el más grave desorden que se ha cometido jamás fue la crucifixión de Jesucristo, y Dios supo ordenarla al mayor bien que ha recibido jamás la humanidad pecadora: su propia redención.
¡Qué mirada tan corta y qué funesta miopía la nuestra cuando en los males que Dios permite que vengan sobre nosotros nos detenemos en las causas segundas o inmediatas que los han producido y no levantamos los ojos al cielo para adorar los designios de Dios, que las permite para nuestro mayor bien! Burlas, persecuciones, calumnias, injusticias, atropellos, etc., etc., de que somos víctimas son, ciertamente, pecados ajenos, que Dios no puede querer en sí mismos, pero los permite para nuestro mayor bien. ¿Cuándo sabremos remontarnos por encima de las causas segundas para ver en todo ello la providencia amorosa de Dios, que nos pide no la venganza o el desquite, sino el amor y la gratitud por ese beneficio que nos hace? En la injusticia de los hombres hemos de ver la justicia de Dios, que castiga nuestros pecados, y hasta su misericordia, que nos los hace expiar.
3.º  Precepto”. – Ante todo y sobre todo es preciso conformarnos con la voluntad de Dios preceptuada: “porque antes pasarán el cielo y la tierra que falte una jota o una tilde de la Ley hasta que todo se cumpla” (Mt. 5, 18). Sería lamentable extravío y equivocación tratar de agradar a Dios con prácticas de supererogación inventadas y escogidas por nosotros, y descuidando los preceptos que Él mismo nos ha impuesto directamente o por medio de sus representantes. Mandamientos de Dios y de la Iglesia, preceptos de los superiores, deberes del propio estado: he ahí lo primero que tenemos que cumplir hasta el detalle si queremos conformarnos plenamente con la voluntad de Dios manifestada. Tres son nuestras obligaciones ante esos preceptos: a) conocerlos: “no seáis insensatos, sino entendidos de cuál es la voluntad del Señor” (Ef. 5, 17); b) amarlos: “por eso yo amo tus mandamientos más que el oro purísimo” (Sal. 118, 127), y c) cumplirlos: “porque no todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos” (Mt. 7, 21).
4.º  Prohibición”. – El primer paso y el más elemental e indispensable para conformar nuestra voluntad con la de Dios ha de ser evitar cuidadosamente el pecado que le ofende, por pequeño que sea o parezca ser. “Pecado muy de advertencia, por chico que sea, Dios nos libre de él. ¡Cuánto más que no hay poco, siendo contra una tan gran Majestad y viendo que nos está mirando! Que esto me parece a mí es pecado sobrepensado y como quien dice: Señor, aunque os pese, esto haré; ya veo que lo veis y sé que no lo queréis y lo entiendo; mas quiero más seguir mi antojo y apetito que no vuestra voluntad. Y que en cosa de esta suerte hay poco, a mí no me lo parece por leve que sea la culpa, sino mucho muy mucho”. Nada se puede añadir a estas juiciosas palabras de Santa Teresa.
Pero puede ocurrir que, a pesar de nuestros esfuerzos, incurramos en alguna falta y acaso en un pecado grave. ¿Qué debemos hacer en estos casos? Hay que distinguir en toda falta dos aspectos: la ofensa de Dios y la humillación nuestra. La primera hay que rechazarla con toda el alma; nunca la deploraremos bastante, por ser el único mal verdaderamente digno de lamentarse. La segunda, en cambio, hemos de aceptarla plenamente, gozándonos de recibir en el acto ese castigo que empieza a expiar nuestra falta: “bien me ha estado ser humillado, para aprender tus mandamientos” (Sal. 118, 71). Hay quien, al arrepentirse de sus pecados, lamenta más la humillación que le han acarreado (v. gr., ante el confesor) que la misma ofensa de Dios. ¿Cómo es posible que una contrición tan humana produzca verdaderos frutos sobrenaturales?
5.º  Consejo”. – El alma que quiera practicar en toda su perfección la tal conformidad con la voluntad de Dios ha de estar pronta a practicar los consejos evangélicos –al menos en cuanto a su espíritu, si no es persona consagrada a Dios por los votos religiosos– y a secundar los movimientos interiores de la gracia que le manifiesten lo que Dios quiere de ella en un momento determinado. (Para ver esto en detalle consulte: Fidelidad a la gracia).
B) Con relación a la voluntad de beneplácito. – Los designios de Dios en su voluntad de beneplácito nos son –decíamos– enteramente desconocidos. No sabemos lo que Dios tiene dispuesto sobre nuestro porvenir o el de los seres queridos. Pero sabemos ciertamente tres cosas: a) que la voluntad de Dios es la causa suprema de todas las cosas; b) que esa voluntad divina es esencialmente buena y benéfica, y c) que todas las cosas prósperas o adversas que puedan ocurrir contribuyen al bien de los que aman a Dios y quieren agradarle en todo. ¿Qué más podemos exigir para abandonarnos enteramente al beneplácito de nuestro buen Dios con la misma confianza filial que un niño pequeño en brazos de su madre?
Es la santa indiferencia, que recuerda San Ignacio en el “principio y fundamento” de sus Ejercicios como disposición básica y fundamental de toda la vida cristiana: “Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y no le está prohibido; de tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados”.
Pero es preciso entender rectamente esta indiferencia para no dar en los lamentables extravíos del quietismo y sus derivados. Examinemos cuidadosamente su fundamento, su naturaleza y su extensión.
a) Fundamento. – La santa indiferencia se apoya en aquellos tres principios teológicos que acabamos de recordar, que son su fundamento inconmovible. Es evidente que si la voluntad divina es la causa suprema de todo cuanto ocurre, y ella es infinitamente buena, santa, sabia, poderosa y amable, la conclusión se impone: cuanto más se conforme y coincida mi voluntad con la de Dios, tanto más buena, santa, sabia, poderosa y amable será. Nada malo puede ocurrirme con ello, pues los mismos males que Dios permita que vengan sobre mí contribuirán a mi mayor bien si sé aprovecharme de ellos en la forma prevista y querida por Dios.
b) Naturaleza– Para precisar la naturaleza y verdadero alcance de la santa indiferencia hay que tener en cuenta tres principios fundamentales:
1.º  Su finalidad es que el hombre se entregue totalmente a Dios saliendo de sí mismo. No se trata de un encogimiento de hombros estoico e irracional ante lo que pueda ocurrirnos, sino del medio más eficaz para que nuestra voluntad se adhiera fuertemente a la de Dios.
2.º  Esta indiferencia se entiende solamente según la parte superior del alma. Porque, sin duda alguna, la parte inferior o inclinación natural –voluntas ut natura, como dicen los teólogos– no puede menos de sentir y acusar los golpes del infortunio o la desgracia. Sería tan imposible pedirle a la sensibilidad que no sienta nada ante el dolor como decirle a una persona que acaba de encontrarse con un león amenazador: no tengas miedo. No es posible dejarlo de tener (San Francisco de Sales). De donde no hay que turbarse cuando se siente la repugnancia de la naturaleza, con tal de que la voluntad quiera aceptar aquel dolor como venido de la mano de Dios, a pesar de todas las protestas de la sensibilidad inferior. Éste es exactamente el ejemplo que nos dio Nuestro Señor Jesucristo, quien por una parte deseaba ardientemente su pasión –“quomodo coarctor!”... (Lc. 12, 50), “desiderio desideravi”... (Lc. 22, 15)– y por otra parte acusaba el dolor de la parte sensible: “Me muero de tristeza”... (Mt. 26, 38): “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27, 46). Y cuando San Juan de la Cruz lanzaba su heroica exclamación: “padecer, Señor, y ser despreciado por vos”, o Santa Teresa su “o morir o padecer”, o Santa Magdalena de Pazzi su “no morir, sino padecer”, es evidente que no lo decían según la parte inferior de su sensibilidad –pues eran de carne y hueso, como todos los demás–, sino únicamente según su voluntad superior, que querían someter totalmente al beneplácito divino a despecho de todas las protestas de la naturaleza sensible.
3.º  Esta indiferencia, finalmente, no es meramente pasiva, sino verdaderamente activa, aunque determinada únicamente por la voluntad de Dios. En los casos en que esta voluntad divina aparece ya manifestada (voluntad de signo), la voluntad del hombre se lanza a cumplirla con generosidad rápida y ardiente. Y en los que la divina voluntad no se ha manifestado todavía (voluntad de beneplácito) está en estado de perfecta disponibilidad para aceptarla y cumplirla apenas se manifieste.
Esta indiferencia, pues, nada tiene que ver con la quietud ociosa e inactiva que soñaron los quietistas, justamente condenada por la Iglesia.
c)  Extensión– “La indiferencia –dice San Francisco de Sales– se ha de practicar en las cosas referentes a la vida natural, como la salud, la enfermedad, la hermosura, la fealdad, la flaqueza, la fuerza; en las cosas de la vida social, como los honores, categorías y riquezas; en los diversos estados de la vida espiritual, como las sequedades, consuelos, gustos y arideces; en las acciones, en los sufrimientos y, en fin, en toda clase de acontecimientos o circunstancias”.
En los capítulos siguientes describe maravillosamente el santo obispo de Ginebra cómo haya de practicarse esta indiferencia y omnímodo abandono en las más difíciles circunstancias: en las cosas del servicio de Dios, cuando Él permite el fracaso después de haber hecho por nuestra parte todo cuanto podíamos; en nuestro adelantamiento espiritual, cuando, a pesar de todos nuestros esfuerzos, parece que no adelantamos nada; en la permisión de los pecados ajenos, que hemos de odiar en sí mismos, pero adorando a la vez la divina permisión, que no los permite jamás sino para sacar mayores bienes; en nuestras propias faltas, que hemos de odiar y reprimir, pero aceptando a la vez la humillación que nos reportan y doliéndonos de ellas con un “arrepentimiento fuerte, sereno, constante y tranquilo, pero no inquieto, turbulento ni desalentado”, etc., etc. Es preciso leer despacio esas preciosas páginas, llenas de delicadas sugerencias e ingeniosas comparaciones, que constituyen como el código fundamental que han de tener en cuenta las almas en su vida de abandono a la divina voluntad.
Una última cuestión: ¿Hay que llegar en este omnímodo abandono a hacerse indiferente a la propia salvación, como decían los quietistas y semiquietistas? De ninguna manera. Este delirio y extravío está expresamente condenado por la Iglesia. Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Tim. 2, 4), y solamente permite que se condenen los que voluntariamente se empeñan en ello conculcando sus mandamientos y muriendo impenitentes. Renunciar a nuestra propia salvación con el pretexto de practicar con mayor perfección el abandono total en manos de Dios sería oponernos a la voluntad misma de Dios, que quiere salvarnos, y al apetito natural de nuestra propia felicidad, que nos viene del mismo Dios a través de la naturaleza. Lo único que se debe hacer es desear nuestra propia salvación, no sólo ni principalmente porque con ella alcanzaremos nuestra felicidad, sino ante todo porque Dios lo quiere, y con ella le glorificaremos con todas nuestras fuerzas. El motivo de la gloria de Dios ha de ser el primero, y debe prevalecer por encima del de nuestra propia felicidad, pero sin renunciar jamás a esta última, que entra plenamente –aunque en segundo lugar– en el mismo querer y designio de Dios.
5.  Frutos y ventajas de la vida de abandono en Dios. – Son inestimables los frutos y ventajas de la vida de perfecto abandono en la amorosa providencia de Dios. Aparte de los ya señalados al hablar de su excelencia, merecen recordarse los siguientes:
1.º  Nos hace llevar una vida de dulce intimidad con Dios, como el niño en brazos de su madre.
2.º  El alma camina con sencillez y libertad; no desea más que lo que Dios quiera.
3.º  Nos hace constantes y de ánimo sereno a través de todas las situaciones: Dios lo ha querido así.
4.º  Nos llena de paz y de alegría: nada puede sobrevenir capaz de alterarlas, pues sólo queremos lo que Dios quiera.
5.º  Nos asegura una muerte santa y un gran valimiento delante de Dios: en el cielo, Dios cumplirá la voluntad de los que hayan cumplido la de Él en la tierra.
(Fuente: "Teología de la perfección cristiana" - A. Royo Marín. BAC.)

(Meditaciones del libro "Preparación para la muerte",
de San Alfonso María de Ligorio,
Doctor de la Iglesia)
PUNTO 1
Todo el fundamento de la salud y perfección de nuestras almas consiste en el amor de Dios. “Quien no ama está en la muerte. La caridad es el vínculo de la perfección” (1 Jn. 3, 14; Col. 3, 14). Mas la perfección del amor es la unión de nuestra propia voluntad con la voluntad divina, porque en esto se cifra –como dice el Areopagita– el principal efecto del amor, en unir de tal modo la voluntad de los amantes, que no tengan más que un solo corazón y un solo querer.
En tanto, pues, agradan al Señor nuestras obras, penitencias, limosnas, comuniones, en cuanto se conforman con su divina voluntad, pues de otra manera no serían virtuosas, sino viciosísimas y dignas de castigo.
Esto mismo, muy especialmente, nos manifestó con su ejemplo nuestro Salvador cuando del Cielo descendió a la tierra. Esto, como enseña el Apóstol (Hech. 10, 5-7), dijo el Señor al entrar en el mundo: “Vos, Padre mío, habéis rechazado las víctimas ofrecidas por el hombre, y queréis que os sacrifique con la muerte este Cuerpo que me habéis dado. Cúmplase vuestra divina voluntad”. Y lo mismo declaró muchas veces, diciendo (Jn. 6, 38) que no había venido sino para cumplir la voluntad de su Padre.
Con lo cual quiso patentizarnos el infinito amor que al Padre tiene, puesto que vino a morir para obedecer el divino mandato (Jn. 14, 31). Dijo, además (Mt. 12, 50), que reconocería por suyos únicamente a los que cumplieran la voluntad de Dios, y por esta causa el único fin y deseo de los Santos en todas sus obras ha sido el cumplimiento de ella. El Beato Enrique Susón exclama: “Preferiría ser el gusano más vil de la tierra, por voluntad de Dios, que ser por la mía un serafín”.
Santa Teresa dice que lo que ha de procurar el que se ejercita en oración es conformar su voluntad con la divina, y que en eso consiste la más encumbrada perfección, de tal suerte, que quien en ello sobresaliere recibirá de Dios más altos dones y adelantará más en la vida interior.
Los bienaventurados en la gloria aman a Dios perfectamente, porque su voluntad está unida y conforme por completo con la voluntad divina. Así, Jesucristo nos enseñó que pidiéramos la gracia de cumplir en la tierra la voluntad de Dios como los Santos en el Cielo. Fiat voluntas tua, sicut in coelo, et in terra.
Quien así lo hiciere, será hombre según el corazón de Dios, como llamaba el Señor a David, porque éste se hallaba dispuesto siempre a cumplir lo que Dios quería, y continuamente le suplicaba que le enseñase a ponerlo por obra (Sal. 142, 10).
¡Cuánto vale un solo acto de perfecta resignación a lo que Dios dispone! Bastaría para santificarnos... Va Pablo a perseguir a la Iglesia, y Cristo se le aparece y le ilumina y convierte con su gracia. El Santo se ofrece a cumplir lo que Dios le mande (Hch. 9, 6): “Señor, ¿qué quieres que haga?” Y Jesucristo le llama vaso de elección (Hch. 9, 15) y Apóstol de las gentes.
El que ayuna y da limosna y se mortifica por Dios, da una parte de sí mismo; pero el que entrega a Dios su voluntad, le da todo cuanto tiene. Esto es lo que Dios nos pide, el corazón, la voluntad (Pr. 23, 26).
Tal ha de ser, en suma, el blanco de nuestros deseos, de nuestras devociones, comuniones y demás obras piadosas, el cumplimiento de la voluntad divina. Éste debe ser el norte y mira de nuestra oración: el impetrar la gracia de hacer lo que Dios quiera de nosotros.
Para esto hemos de pedir la intercesión de nuestros Santos protectores, y especialmente de María Santísima, para que nos alcance luces y fuerzas, con el fin de que se conforme nuestra voluntad con la de Dios en todas las cosas, y sobre todo en las que repugnan a nuestro amor propio... Decía el Beato M. P. Ávila: “Más vale un ‘bendito sea Dios’, dicho en la adversidad, que mil acciones de gracias en los sucesos prósperos”. 
PUNTO 2
Menester es conformarnos con la voluntad divina, no sólo en las cosas que recibimos directamente de Dios, como son las enfermedades, las desolaciones espirituales, la pérdida de hacienda o de parientes, sino también en las que proceden sólo mediatamente de Dios, que nos la envía por medio de los hombres, como la deshonra, desprecios, injusticias y toda suerte de persecuciones. Y adviértase que cuando se nos ofenda en nuestra honra y se nos dañe en nuestra hacienda, no quiere Dios el pecado de quien nos ofende o daña, pero sí la humillación o pobreza que de ello nos resulta.
Cierto es, pues, que cuanto sucede, todo acaece por la divina voluntad. Yo soy el Señor que formó la luz y las tinieblas, y hago la paz y creo la desdicha (Is. 45, 7). Y en el Eclesiástico leemos: “Los bienes y los males, la vida y la muerte vienen de Dios”. Todo, en suma, de Dios procede, así los bienes como los males.
Llámanse males ciertos accidentes, porque nosotros les damos ese nombre, y en males los convertimos, pues si los aceptásemos como es debido, resignándonos en manos de Dios, serían para nosotros, no males, sino bienes. Las joyas que más resplandecen y avaloran la corona de los Santos son las tribulaciones aceptadas por Dios, como venidas de su mano.
Cuando supo el santo Job que los sabeos le habían robado los bienes, no dijo: “El Señor me lo dio y los sabeos me lo quitaron”, sino el Señor me los dio y el Señor me los quitó (Jb. 1, 21). Y diciéndolo, bendecía a Dios, porque sabía que todo sucede por la divina voluntad (Jb. 1, 21).
Los santos mártires Epicteto y Atón, atormentados con garfios de hierro y hachas encendidas, exclamaban: Señor, hágase en nosotros tu santa voluntad, y al morir, éstas fueron sus últimas palabras: “¡Bendito seas, oh Eterno Dios, porque nos diste la gracia de que en nosotros se cumpliera tu voluntad santísima!”.
Refiere Cesario (lib. 10, c. 6) que cierto monje, aunque no tenía vida más austera que los demás, hacía muchos milagros. Maravillado el abad, preguntóle qué devociones practicaba. Respondió el monje que él, sin duda, era más imperfecto que sus hermanos, pero que ponía especial cuidado en conformarse siempre y en todas las cosas con la divina voluntad. “Y aquel daño –replicó el abad– que el enemigo hizo en nuestras tierras, ¿no os causó pena alguna?” “¡Oh Padre! –dijo el monje–, antes doy gracias a Dios, que todo lo hace o permite para nuestro bien”, respuesta que descubrió al abad la gran santidad de aquel buen religioso.
Lo mismo debemos nosotros hacer cuando nos sucedan cosas adversas: recibámoslas todas de la mano de Dios, no sólo con paciencia, sino con alegría, imitando a los Apóstoles, que se complacían en ser maltratados por amor de Cristo. Salieron gozosos de delante del Concilio, porque habían sido hallados dignos de sufrir afrentas por el nombre de Jesús (Hch. 5, 41). Pues ¿qué mayor contento puede haber que sufrir alguna cruz y saber que abrazándola complacemos a Dios?...
Si queremos vivir en continua paz, procuremos unirnos a la voluntad divina y decir siempre en todo lo que nos acaezca: “Señor, si así te agrada, hágase así” (Mt. 11, 26). A este fin debemos encaminar todas nuestras meditaciones, comuniones, oración y visitas al Señor Sacramentado, rogando continuamente a Dios que nos conceda esa preciosa conformidad con su voluntad divina.
Y ofrezcámonos siempre a Él, diciendo: Vedme aquí, Dios mío; haced de mí lo que os agrade... Santa Teresa se ofrecía al Señor más de cincuenta veces diariamente, a fin de que dispusiese de ella como quisiera. 
PUNTO 3
El que está unido a la divina voluntad disfruta, aun en este mundo, de admirable y continua paz. “No se contristará el justo por cosa que le acontezca” (Pr. 12, 21), porque el alma se contenta y satisface al ver que sucede todo cuanto desea; y el que sólo quiere lo que quiere Dios, tiene todo lo que puede desear, puesto que nada acaece sino por efecto de la divina voluntad.
El alma resignada, dice Salviano, si recibe humillaciones, quiere ser humillada; si la combate la pobreza, complácese en ser pobre; en suma: quiere cuanto le sucede, y por eso goza de vida venturosa. Padece las molestias del frío, del calor, la lluvia o el viento, y con todo ello se conforma y regocija, porque así lo quiere Dios. Si sufre pérdidas, persecuciones, enfermedades y la misma muerte, quiere estar pobre, perseguido, enfermo; quiere morir, porque todo eso es voluntad de Dios.
El que así descansa en la divina voluntad y se complace en lo que el Señor dispone, se halla como el que estuviera sobre las nubes del cielo y viera bajo sus plantas furiosa tempestad sin recibir él perturbación ni daño. Ésta es aquella paz que –como dice el Apóstol (Fil. 4, 7)– supera a todas las delicias del mundo; paz continua, serena, permanente, inmutable. El necio se muda como la luna, el sabio se mantiene en la sabiduría como el sol (Ecl. 27, 12). Porque el pecador es mudable como la luz de la luna, que hoy crece y otros días mengua. Hoy le vemos reír; mañana, llorar; ora se muestra alegre y tranquilo; ora afligido y furioso. Cambia y varía, en fin, como las cosas prósperas o adversas que le suceden.
Pero el justo, como el sol, se mantiene en su ser con igualdad y constancia. Ningún acaecimiento le priva su dichosa tranquilidad, porque esa paz de que goza es hija de su conformidad perfecta con la voluntad de Dios. Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Lc. 2, 14).
Santa María Magdalena de Pazzi no bien oía nombrar voluntad de Dios, sentía consolación tan profunda, que se quedaba sumida en éxtasis de amor... Con todo, las facultades de nuestra parte inferior no dejarán de hacernos sentir algún dolor en las cosas adversas; pero en la voluntad superior, si está unida a la de Dios, reinará siempre profunda e inefable paz. Ninguno os quitará vuestro gozo (Jn. 16, 22).
Indecible locura es la de aquellos que se oponen a la voluntad de Dios. Lo que Dios quiere se ha de cumplir seguramente.¿Quién resiste a su voluntad? (Ro. 9, 19). De suerte que esos desventurados tienen por fuerza que llevar su cruz, aunque sin paz ni provecho. ¿Quién le resistió y tuvo paz? (Jb. 9, 4).
¿Y qué otra cosa desea Dios para nosotros sino nuestro bien? Quiere que seamos santos para hacernos felices en esta vida y bienaventurados en la otra. Penetrémonos de que las cruces que Dios nos envía cooperan a nuestro bien (Ro. 8, 28), y de que ni los mismos castigos temporales vienen para nuestra ruina, sino a fin de que nos enmendemos y alcancemos la eterna felicidad (Jdt. 8, 27).
Dios nos ama tanto, que no sólo desea nuestra salvación, sino que se muestra solícito para procurárnosla (Salmo 39, 18). ¿Y qué nos ha de negar quien nos dio a su mismo Hijo?... (Ro. 8, 32).
Abandonémonos, pues, siempre en manos de Dios, que jamás deja de atender a nuestro bien (1 Pe. 5, 7). “piensa tú en Mí –decía el Señor a Santa Catalina de Siena–, que Yo pensaré en ti”. Digamos siempre como la Esposa: Mi amado para mí, y yo para Él(Cant. 2, 16). Mi amado trata de mi bien, y yo no he de pensar más que en complacerle y unirme a su santa voluntad.
No debemos pedir, decía el santo Abad Nilo, que haga Dios lo que deseamos, sino que nosotros hagamos lo que Él quiera.
Quien así proceda tendrá venturosa vida y santa muerte. El que muere resignado por completo a la divina voluntad nos deja certeza moral de su salvación. Mas el que no vive así unido a la voluntad de Dios, tampoco lo estará al morir, y no se salvará.
Procuremos, pues, familiarizarnos con ciertos pasajes de la Sagrada Escritura, que sirven para conservarnos en esa unión incomparable: “Dime, Señor, lo que quieres que haga, pues yo deseo hacerlo” (Hch. 9, 6). “He aquí a tu siervo: manda y serás obedecido” (Lc. 1, 38). “Sálvame, Señor, y haz de mí lo que quieras. Tuyo soy, y no mío” (Sal. 118, 94).
Y cuando nos suceda alguna adversidad, digamos en seguida: “Hágase así, Dios mío, porque así lo quieres” (Mateo 11, 26). Especialmente, no olvidemos la tercera petición del Padrenuestro: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo”. Digámosla menudo, con gran afecto, y repitámosla muchas veces... ¡Dichosos nosotros si vivimos y morimos diciendo: Fiat voluntas tua!



fuente http://www.santisimavirgen.com.ar/voluntad_de_dios.htm